Sí!!

La siento en mis venas, cada cambio en el ritmo me tiene vibrando, los sonidos que provoca su multi-matiz de colores, es controlador, y posesivo. Posesivo en el nombre de todos aquellos que sufren reverberaciones por ella y que las cuentan sin cesar.


Yo la escucho en todos lados, la siento, la creo a partir de los cláxones y el cambiar de los semáforos, al caer la noche una voz toma mi vida.


Y el sonar de las doce campanadas representa un intermedio en el concierto diario, nunca monótono, que le doy a esta vida que es solo eso.


Es el infierno, escuchar los ruidos de gente gritar y que mi subconsciente les dé una identidad propia de cantantes en mi ópera prima, oír el redoblar de las traqueteantes máquinas de excavación, que me duelen, y que suenan en mi cabeza como los tambores de aquella escena que temo, pero que cuando llega la abrazo y me fundo en ella.


Como los días incontables, aquellos en los que mis vibraciones crean una obra teatral de tristeza. Esos días solo escucho una suave sinfonía que se desenreda desde el canto de los cuervos y de las aves, y el sonar de sus alas al chocar contra el viento, solo es un violín resonante. Pero adoro la música que me traen esos días, pues al final, cuando evoluciono desde la épica interpretación de Nessun Dorma de Pavarotti, Hasta el incesante grito de libertad y alegría de Enigma...


Reconstruyo sin querer todos esos sonidos, las aves, los cuervos, los semáforos y los tambores de muerte... Todos sin excepción se vuelven mi orquesta de felicidad, tocando en una sinfonía diferente cada uno, pero al final juntándose siempre en un éxtasis existencial que me trae el verla a ella...


Pues es que ella es mi director de orquesta, y yo como espectador que soy,disfruto los incesantes cabizbajos…


…di la dolce vita.

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