En el fuego

Todo lo que conocí se perdió en el fuego, incluso las plumas negras se queman ahora, dejando su vapor espeso y oscuro en las membranas de mis ojos, en cada vello de mi nariz, infectando mi desnudez y manchando mi interés.
Los dejé ahí, inertes como una piedra en el desierto nocturno, sin saber que al despertar de mi inconsciencia me encontraría perdido en un mundo que ya no conozco más.
Mi traición marcó sus vidas, ocasionó sus muertes. Lento como cuervo carroñero me alimenté de sus inmóviles cuerpos atados sobre el fuego. 
Sus manos tenían una manera única de expresar su mortalidad, sus dedos, ya negros por las llamas, parecían no importarse de los lengüetazos de llamas que recibían.
Sus pies estaban manchados por mi mentira, de sangre y lodo. Mi lengua fue para ellos una guillotina de acero, pero una que no puedes ver.
Pensé en la muerte, en su objeto afilado y en su figura cadavérica, y desesperado corrí al pozo de agua más cercano.
Y allí estaba, escudriñando con aquellos ojos de plata, observándome como un extraño. De repente se dio cuenta, de alguna manera, que estaba en mí. Era yo.
Caminé entre las sombras negras, y el camino hacia el fuego se me hizo más largo que mi vida.
Cuando llegué el vapor se había disipado y sólo existían cuerpos amontonados, carbonizados, calcinados, mi estómago gruño. 
No podía ser que después de tanto trabajo, tanta sucia verdad a medias, no pudiera saborear para lo que había trabajado.
Una lágrima, no recuerdo si dos, cayeron al suelo, pensé al principio, en mi inconsciencia, que el cielo me castigaba por la inmoralidad cometida. Pero mis ojos eran los que hablaban. Mi boca cedió y empezó a quejarse por igual.
Caí entre la hierba del lugar, una brisa fresca me abrazó en el suelo, mientras sollozaba como un bebé.
Sentí un brazo, cálido, rodeándome, era mi Beatriz. La abracé de vuelta con los ojos cerrados, y la besé en los labios.
Abrí los ojos y vi por última vez sus ojos negros como un agujero en el cielo, y descubrí que era a un muerto al que me aferraba. Sin dudarlo más, decidí ser feliz, me paré, sintiendo y recordando cada pequeña imperfección del suelo, o cada vez que rozaba con una palmera, cada vez que encontraba una estrella diferente.
Recé al universo. Por que fuese rápido, y con una sonrisa volé hacia lo más lejano, sintiéndolo cerca, sintiendo hasta que no sentí más.

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