Sin ganas de hablar.

Escucho la brisa, inspiro y tomo mi tenedor. Como como aquél que lo hace por una cierta costumbre...
Se siente más como una extraña inercia, algo que me impulsa sin yo tener la voluntad. Y, extrañamente, aun cuando pienso en esta pesada ironía, mi mano que siento tan extraña se sigue moviendo hacia mi boca, se detiene solo por un momento, un lento momento, de aquéllos que sin pensarlo, se convierten en ratos, esos ratos que sin quererlo, se convierten en horas.
Me siento de repente a punto de morir e inhalo profundamente: se me había olvidado respirar.
¿Qué me pasa? ¿Porque siento esto?

¿Qué me falta?

La sopa que descansa bajo mi tenedor se ríe ociosamente. No puedo comer sopa con un tenedor. No puedo comer sopa si ésta no tiene nada. Me faltó añadir la pasta. Y usar una cuchara. 
Las paredes blancas que me rodean me miran fijamente, expectantes a mi decisión, y la verdad no sé muy bien qué decirles, no sé exactamente cómo actuar. Todo ha cambiado, el papel periódico sigue allí, expectante a que una gota de tinta que cayera encima pero no he pintado ninguna; de hecho, de vez en cuando pienso que me gustan más así, solitarias, pero descarto eso inmediatamente, ella las quería blancas, blancas como su piel taciturna. Ella las quería así, y así las tendrá.
Ella lo quería así, y tengo que seguir adecuándolo, adecuándolo todo para el final.

El gran final.

Me levanto, la verdad no me quiero mentir: no tengo hambre desde que me dejó. Lo digo en voz alta.
-No tengo hambre desde que me dejaste.
Detesto que no me conteste, que se quede ahí, esperando mis tontos lloriqueos. No me queda nada. Sólo sus planes y este tonto y último cuarto. Bajo al sótano, tomo la pala y empiezo a clavar, ahí dejé al último.
Sólo saco una parte, lo necesario para una pared, las medidas ya las tengo, ya me las sé de memoria.
Detesto como huele. Como perro muerto, como vida podrida. Como vida muerta desde adentro.

Vida ya sin vida.

Tomo aquél pedazo y lo muelo, lo muelo hasta que queda hecho polvo, lo deposito en el recipiente nuevo, el último que compré, justo para esta ocasión. 
-Espero no estar volviéndome descuidado.
Lo bato junto con la pintura blanca. No me importa mover los muebles, ellos también deben ser blancos. Blancos como sus dientes. Perfectos. Perfectos como ella.
Ella siempre con tantas ganas de sonreír.

Ya he dejado de contar los cuerpos que tomo para la pintura. Sólo sé que los necesito para que todo tenga ese tinte blanco, es tinte tan especial que sólo ella lograba.
Es tonto pero, después incluso de todo este tiempo, no logro hacer el mismo color hueso.

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