Te Quiero
Y por vigésima vez, lo dice de nuevo. Lo dice del a manera que mejor conoce, viendo a los ojos, al alma, abriendo bien la boca, para que se le entienda, apretando bien las palmas, por eso de los nervios.
Se lo dice una y otra vez, y se saca esas comparaciones, "Más que esto, más que aquél, más que el infinito".
Y de alguna manera, ella simplemente no lo cree, se deja ver un segundo, en su esplendor, y se esconde de nuevo, cubriendo otra vez esos ojos, bajando un poquito la cabeza, esperando algo que él nomas no sabe qué es. Tal vez una señal, tal vez una ligera brisa, un código de humo,como le hacían los indios.
Tal vez le esperaba en un caballo blanco, como en esos cuentos, bonitos.
Tal vez esperaba un objeto, un anillo o un ramo de rosas, ¿Tan romántico el asunto? Él no lo creía.
Pero su dilema era sencillo,y es que él simplemente no podía hacerle creer las palabras que tanto había practicado en el espejo, una y otra vez, como niño chiquito, esas que decía y le sudaban las manos como a un puerquito, esas palabras que anduvo repitiendo en el camino, mientras de los nervios le sudaban hasta las nalgas.
No sabía que esperaba ella, ni siquiera estaba seguro de la reacción que él esperaba de ella. Pero con todo y ese estupor matutino, con todo y ese efecto que causaba su danza y sus ojos, alcanzó a a suponer algo:
Decir que la quería no eran las palabras que ella quería oír.
Se lo dice una y otra vez, y se saca esas comparaciones, "Más que esto, más que aquél, más que el infinito".
Y de alguna manera, ella simplemente no lo cree, se deja ver un segundo, en su esplendor, y se esconde de nuevo, cubriendo otra vez esos ojos, bajando un poquito la cabeza, esperando algo que él nomas no sabe qué es. Tal vez una señal, tal vez una ligera brisa, un código de humo,como le hacían los indios.
Tal vez le esperaba en un caballo blanco, como en esos cuentos, bonitos.
Tal vez esperaba un objeto, un anillo o un ramo de rosas, ¿Tan romántico el asunto? Él no lo creía.
Pero su dilema era sencillo,y es que él simplemente no podía hacerle creer las palabras que tanto había practicado en el espejo, una y otra vez, como niño chiquito, esas que decía y le sudaban las manos como a un puerquito, esas palabras que anduvo repitiendo en el camino, mientras de los nervios le sudaban hasta las nalgas.
No sabía que esperaba ella, ni siquiera estaba seguro de la reacción que él esperaba de ella. Pero con todo y ese estupor matutino, con todo y ese efecto que causaba su danza y sus ojos, alcanzó a a suponer algo:
Decir que la quería no eran las palabras que ella quería oír.
Comentarios
Publicar un comentario