Complicaciones atemporales, sin signos de interrogación.

Al principio, tomó entre sus dedos el cigarrillo y empezó a observarlo detenidamente, quemándose los ojos de ver el calor arder. En general, no había muchas preguntas, en general, por lo tanto, todo lo que había eran miles de respuestas, a secas, sin decirse ni encontrarse.
No recordó nunca cuando había prendido por primera vez el cigarrillo. Pero de cualquier manera, en ese momento, no le importaba. Era un nacimiento de carne y sangre, de a de veras, como diría, en una choza destartalada, sin techo y con un clima de barro alguna madre de cinco sin muchas ganas de vivir más que ser parte de la línea temporal.
Fue entonces (que se encontró en el año de minutos) que se pasó, sin querer (con el agujero corporal trepando la garganta en desafío), observando.
-Puta orilla.
En su mente se dibujo un número desnudo. Claro que la primera revisión de la noche serían las orillas. De qué más puede tratar una observación real de la humanidad, de la humanoideidad?
Seguro que en un lugar de Francia había un bebé que al ir creciendo, de nuevo, engendrado únicamente con el propósito de ser propósito y excusa, decidiría que mejor no pensar y más hablar y más actuar, y más beber y más coger. Y que cuando por primera vez se le presentó la terrible noción de acabar la vida de alguien más, se consoló al pensar que la bala no estaba en un lugar a medias. No era como si fuese alguna clase de hipócrita, desnudo en la cama, confesándole a su amante sacerdote como había violado a su tercera hija al darse cuenta de que la carne, al final y a pesar de todas las inhibiciones, no era más que carne.
No, él sabía bien. El había decidido.
-Carajo, el tenía un código.
-Un código es lo único por lo que vale la pena vivir.
Hay que dividir, desde el principio. La célula se dividió y creció.
-Y entonces la multiplicación no es más que una división crecida.
¿O no?
Al final, no es más que lo mismo, un barril de pólvora y un deseo, un deseo de muerte de muerte. Pero no es algo a medias, no es un vaso que nadie sabe si esta medio lleno o medio vacío, ese es el terror. Ese, y ningún otro, es el lugar donde no encontrarás nunca a un hombre con un código, el te dirá
-Está lleno
-Está vacío.
Por eso es tan real la verdad, porque esta puesta sobre los extremos, y los que bailan en medio se merecen la muerte. ¿Para qué alimentar la carga genética con tales estupideces, que si el libre albedrío, la subjetividad y los calzones de doña Marta? Las orillas son la verdad.
Toc, toc.
-Pero eso es lo que diría uno de los estúpidos en la calle, no?
-Mejor… No
-Las orillas son la muerte.
Porque si te mantienes en el centro, no existes, eres inmortal, eres invisible. ¿En la mitad de la balanza que hay? El juez. Entre la puta y la virgen, la mujer ideal del caballero. Entre el machista y el romántico, el esposo perfecto. La mezcla es riesgo, la mezcla es vida.
Como cuando por primera vez a algún pobre muerto se le ocurrió mezclar en su mente el amarillo del girasol y el rojo de la grana, tarán: naranja como el sol cuando se lo traga el mar y se va a vigilar otros mundos. ¿Qué hará ahora Gaspar con su nueva invención? Ahora ya sabe que el azul y el amarillo sueltan verde y que mientras más mezcle de más colores se manchará las manos sucias. Gaspar voltea a ver al cielo azul, ninguno de los otros parece interesado, pero se hace de noche. 
Gaspar puede escuchar al escuálido jefe del grupo mientras embiste a Danae, en la oscuridad, mientras se corre y engendra, y continúa con el pesaroso destino de la humanidad: permanecer temporales, permanecer en el tiempo. Gaspar siente algo nuevo, Gaspar siente azul, duda de la seguridad de la posición del jefe del grupo. Gaspar siente morado, violeta, epifanía: no hay razón por la cual el no pueda cambiar su posición. Gaspar siente rojo en la oscuridad. Gaspar siente rojo.
-Gaspar se alejó de los extremos.
-Orillas, cabrón.
-Perdón, sí. Gaspar se alejó de las orillas.
Contradicción. Dónde se vive mejor? En las orillas, o en medio? Comparación?
-En las orillas, el jefe sigue penetrando a Danae, con el placer de ser el jefe del grupo.
-En medio, Gaspar ahora puede sentir rojo.
-De qué le sirve…
Gaspar siente rojo y agarra fuerte la piedra con la que mezclaba los colores. Sangre brota de su piel, pero el respira levemente. Toma el cuenco de frutos y plantas y mezcla todos los colores, tranquilamente. La totalidad surge frente a él, iluminada por las mismas llamas que él le explicó al jefe como prender.
-Negro es la totalidad?
-No, es la ausencia.
-No, las dos.

Toc, toc.
Curiosamente, detrás de la genialidad de su descubrimiento, de vivir, aunque fuese unos segundos alejado de las orillas de verdades establecidas, Gaspar sigue siendo un objeto del mundo material, y en el mundo material, si quieres algo, tienes que vivir en las orillas. Su gravedad es inmutable e inescapable.
Desde el tercer sujeto, para entender mejor:
-Danae puede sentir varias cosas.
-Uno
El aire frío contra sus mejillas y orejas calientes
-Dos
Mechones de su pelo pegándose gracias al sudor a su frente.
-Tres
El esfuerzo contrastante de sus muslos y sus piernas aferrándose al suelo, mientras sus brazos se agarran a la palmera pequeña pero resistente que tiene frente a ella.
-Cuatro
Esto ella no sabe que es, pero lo podría describir simplemente como placer, placer y dolor, y ambos simultáneos.
-Cinco
Danae se corre y su cuerpo tiembla. Un Gaspar con la cara negra y el corazón roto se acerca por detrás y le entierra los colores junto con la piedra al jefe de la tribu, justo en su cabeza. Gaspar es jefe ahora. Gaspar el jefe negro. De vuelta a las orillas.
-Seis
Danae, débil y atemorizada, puede sentir en los ojos de Gaspar la seguridad de un hombre con un nuevo código. Quiere algo, lo toma. Gaspar quiere a Danae. Gaspar el jefe negro ni siquiera titubea mientras la sangre del antiguo jefe…
-No, el traidor.
Si, mientras la sangre del traidor le escurre entre los brazos. El poder le viene a la cabeza. El placer del poder. Danae puede sentir que es un hombre que debe temer. El único recurso de Danae para sobrevivir antes era su lugar al lado del jefe.  No, ese es su recurso, nadie se lo quita.
Toc, toc.
-Siete y fin
Danae siente los dedos sudorosos y  delgados de Gaspar el jefe negro en su cintura. Sus propios brazos rodeando la misma palmera. Sus piernas y muslos aferrándose a la misma tierra. Su cuerpo recibiendo las incipientes embestidas de Gaspar. Su placer, temblándole el cuerpo.
-En pocas palabras.
-Todas las  anteriores y una más.
-El olor a muerto y el sonido de los mosquitos alrededor del traidor, heroicamente vencido por el nuevo Gaspar, el jefe negro. Gaspar, aquel que se alejó de las orillas, se arriesgó a dejar su código, para descubrir una nueva, para engendrar uno nuevo.
Toc. Toc.
Tiró el cigarrillo y fue a abrir la puerta. Al abrir, se encontró con su vieja amiga de toda la vida, feliz como nunca.
-Porqué tan feliz?
-Me voy a casar, Gaspar.
-Con quién?
-Con Mario, lo conoces, creo que es tu jefe.
-Era mi jefe, Danae. Era.
Gaspar se frota los dedos, descarapelando la capa delgada de pintura de sus dedos, mientras todos los demás se pintan de colores la cara y festejan la llegada de un nuevo jefe.

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