Reporte de caso.

Teme a la melancolía. Teme a su melancolía porque en realidad melancolía no es.
Nunca ha tenido algo que haya perdido y que siga deseando tener.
El maravilloso don del olvido, o la maldición de la conformidad, llenan agujeros materiales en su alma desde que ingresó.
El sujeto observa en las paredes espejo, sucias, de su espaciosa habitación.
Por lo general uno escucha espaciosa y se imagina que el lugar es enorme, o que la persona que se lo dice es en realidad un vendedor de clóset, tratando veinticuatrosiete de asegurar la próxima venta.
Díganle a su jefe que eso no pasa. El sujeto no acepta tratos. El sujeto no ve valor en lo valorado y se frustra porque no entiende el valor de lo que, para el, realmente no vale.
[Su habitación es espaciosa porque carece de cosas.]
Y el sujeto, al parecer, desearía que todos fuesen honestos consigo mismos y aceptaran que lo que tanto trabajo les cuesta conseguir no es más que prestado, cartón y papel que con el viento del tiempo se deshacen.
Pero al observar su ridiculez, el sujeto también sonríe en la ironía de pensar como también desearía lo imposible en casi cualquier otro planteamiento.
La utopía inalcanzable. ¿Porque la persigue?
Ah, ya recuerda, la persigue porque es a través de la búsqueda de lo imposible que se cambia lo tangible.
Da da da. Son palabras que se repite como diccionario de internet que no le dan mucha sustancia a su angustia voraz. Hasta pone una cara de zombi cuando las dice.
No es porque no crea en la mentira del objeto. Definitivamente el sujeto no tiene problemas en desdoblarse de su realidad material [si acaso una que otra vez, sólo en las primeras pruebas, parecía tratar de convencerse a sí mismo de creer].
El sujeto veía al espejo y decía que no había nada que pudiera remplazar su tal o tal, y que la verdad de la vida era disfrutar de las cosas. Pero en estas ocasiones faltaba una noche de sueño y de nuevo, al siguiente día, en la siguiente prueba, se despojaba de todo elemento.
Pero divago.
El tema que concierne el reporte es más simple que la intensidad que he desarrollado anteriormente.
El sujeto despojado del valor de las pertenencias, cual gautama en la ciudad, sigue teniendo síntomas que indican la falta de algo. No es la primera vez.
Desde hace unos meses se muerde las uñas y da vueltas en el suelo, tratando de dormir. Pero ningún objeto que le hemos proporcionado parece llenar el vacío.
Y ahora parece un melancólico que no puede serlo. Alguien que extraña algo que jamás ha tenido.
Bueno, el sujeto nunca ha sido simple. Suele enredarse en sí mismo, a veces piensa que es porque eso quiere y es su ego el que le obliga a complicarse para excusar algún íntimo dejo de superioridad. Pero es también ese el génesis de su simplicidad externa. Para contrarrestar, supongo, se convierte en algo más simple de fuera, porque de nuevo, a veces la genialidad esta en lo simple.
Sin embargo aún no hay respuesta.
El sujeto es inmune a todo impulso.
Se resiste a mantener algo que no le sirva.
Se despoja catárticamente de toda posesión inútil.
Pero he notado algo.
El sujeto teme su anemoia.
El sujeto me teme a mí.
Sabe que lo observo a través del espejo falso.
Sabe cuando mis ojos lo analizan.
No sabe que existo pero existe hacia la idea,
y se complementa con el vacío.
El color de mis uñas cuando debajo de la puerta dejo pasar la bandeja con comida.
La silueta de mi vestido cuando lo observo a través del cristal.
La única esperanza de escape que lo mantiene vivo en su solitaria y espaciosa habitación es el dejo de mi perfume que se queda en los exámenes de papel.
Y el sujeto sabe que nunca tendrá mi piel.
Pero ha tenido éxito en convencerse de la posibilidad.
Creo que hoy cuando le entregue el cambio de ropa a través de la ventanilla de hormigón, le dejaré un mechón de pelo.

Vamos a ver que tal reacciona el sujeto a la promesa de otra carne.

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