Setestesperar

Detesto esperar; sentado apenas en la orilla de una saliente desgastada, cubierta de lo que pareciera polvo, cyya existencia se debe sólo al error, y cuyo propósito es cualquiera menos servir de asiento.

Mas,

Soy bueno esperando, lo aprendí con la primera persona por la que quebré mi emoción. Lo practiqué en las horas de su indebida ausencia, cuando una hormiga llegaba a pesar del hermetismo adoquinado y me tocaba los dedos:
Aguardar es ejercer la esperanza, tonto.

Yo no lo entendí pronto. No había más para mí en aquellas fotografías que tiempo vacío, molestia del cuerpo quieto, y la firme voluntad de no pensar.
Ese es el secreto, por cierto, de saber esperar, y de saber vivir.

Pero la hormiga tenía razón. Había dentro de mí siempre una práctica de la creencia, de la promesa. Es por eso que ahora sé cuan significante es toda espera; un depósito del otro,

de su fe en tu aparición,

de su creencia en tu alma aún cuando no la mira de frente,

de su devoción por ver de pronto

tu lejanía,

ausente.





























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