El corredor

Corrió.
Desesperado por gastarse,
o convertirse en el aire que alimenta a las velas cegadoras;
o a su gota de fuego,
En medio de un encierro.
O mejor, en un entierro.
Corrió.
Y con sus piernas de mimbre, cayó.
Pero el golpe le regaló un secreto:
Un rostro,
al borde del verdadero suicidio.
En realidad no es de tristeza o enojo.
Rencor ni odio.
Ni paz, ni alegría.
Mientras las manchas en el pavimento se deshacen por el calor, sus ojos se derriten y la gente le teme.
Porque ahora lo sabe.
Ahí en su hogar, la gente se mata del cansancio.
Asi que se pone de pie.
No puede permitirse el agotamiento.
Y mientras balancea su mirada.
Ajusta las velas a la paradoja.
De gastarse, sin cansarse.
Acabarse sin agotarse.
Apagarse sin extinguirse.
El viento se lo dice.
El truco está en el paso.
El corredor corre más lento.
Huye del cansancio, a la luz robada de la luna.

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